En la sociedad de hoy día, los niños y
niñas están creciendo en la cultura de
la abundancia y del tener. Resulta muy difícil pues poder sorprender a un niño
que está acostumbrado a tener regalos con frecuencia o premios materiales por
sus buenos actos, con los que los mayores
pensamos que debemos recompensarlos, convirtiéndose a la postre esta
recompensa en una acto automatizado que con el tiempo pierde valor.
La realidad, por otro lado, es que la
sorpresa es una de las emociones básicas en la que los niños, por norma general,
alteran su atención y modifican su conducta y las respuestas que se presentan
ante la sorpresa suelen tener mucho que ver
en la relación con su felicidad. Por tanto merece la pena unir aquello
que se les ofrece a la sorpresa, con el objetivo de que los niños aprendan a
valorar mucho más aquello que se les
ofrece y para que ellos mismos hagan de esta creatividad, a la que va ligada el
acto de sorprender, un medio para sus vidas.
Todos hemos oído alguna vez a nuestros
padres y abuelos decir que se entretenían con infinidad de objetos sencillos:
un palo, una piedra o incluso una lata de sardinas, eran las distracciones de
muchos niños y niñas años atrás. La
sencillez de estos objetos despertaban
en ellos la imaginación y su creatividad, que por tanto, estaba a la orden del
día en la vida de nuestros predecesores. Hoy sin embargo la abundancia y la
sofisticación de muchos de los juguetes dejan poco espacio para la imaginación
de nuestros niños y niñas. Esto se traduce en un aburrimiento temprano en los
que los juguetes acaban arrinconados, como tienen tantas cosas ni siquiera las valoran, sorprenderles así se
convierte en una tarea harto difícil. Es curioso ver como a pesar de que los niños de hoy día tienen de
todo, en realidad viven aburridos y les resulta muy difícil jugar y
entretenerse.
Para luchar contra este aburrimiento y
ayudarles a sorprenderse fomentando su imaginación sería importante salir de lo
material e intentar que el niño pueda cultivarla, por ejemplo, con la contemplación de la belleza de un paisaje o
con la elaboración de una receta de cocina.
Esta forma de vida, de educación y de
transmisión de valores se adquieren por aprendizaje
y por imitación, es decir, en función de lo que el niño ve en sus modelos. Tienen
mucho que ver por tanto los padres, o profesores o aquellos mayores que en
algún momento puedan estar en contacto con ellos. Y requiere una dedicación, un
conocimiento por parte de los adultos que en algunas ocasiones y debido a la
forma de vida de la sociedad actual se antoja difícil.
En general, nos consta que es mucho
más fácil y cómodo “enchufar” a nuestros
hijos a la play o al i-pad, que sentarnos a contemplar un bonito cielo
estrellado con ellos. Sin embargo este tipo de acciones son las
mejores para generar sorpresa en nuestros pequeños y combatir así el aburrimiento infantil. Y puede convertirse
para los mayores en un paréntesis y una bonita pausa en nuestras ajetreadas
vidas.
También es importante propiciar situaciones
en las que los niños estén en contacto con otros niños. A pesar de que en la
sociedad actual, el ocio
infantil es cada vez más individual, en realidad, para un niño no hay nada que
sea más gratificante que jugar en grupo o poder estar con otro niño en el
parque o a través de juegos colectivos o de equipo. Por esta razón, conviene
favorecer el hecho de que el niño pueda relacionarse habitualmente con sus
iguales.
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